El balón voló un palmo infinito sobre el larguero y los ojos de Lionel Messi se enrojecieron en un gesto de decepción tan extraño en él como el error humano.
Tras cuatro finales perdidas con la Albiceleste, anuncia su marcha en una decisión que hoy supura en una Argentina herida.
“No quiero escuchar nunca más en mi vida Messi y Maradona en la misma oración”, clamaba ayer Alan, uno de los miles de aficionados que se mordían las uñas frente al televisor mientras Chile y Argentina se disputaban la final de la Copa América Centenario.
Tras un bronco y espeso partido de 120 minutos en el que ninguno de los dos combinados nacionales consiguió vulnerar la portería contraria, un error de Messi y otro de Lucas Biglia decantaron la tanda de penaltis del lado chileno y coronaron al país andino campeón de América por segunda vez consecutiva.
Messi, históricamente cuestionado por su rendimiento con la camiseta de su selección, se había resarcido este mes de las críticas de sus compatriotas con un juego de excelente nivel durante todo el torneo, nervios apaciguados de los argentinos que explotaron después de que el astro errara el primer lanzamiento de la tanda.
“Pensándolo mucho en el vestuario, creo que ya está para mí la selección, ya se terminó”, sentenció minutos después del partido.
Poco antes, Jona, otro espectador argentino, pedía a gritos en un bar que se fuera a la selección de España. “El diez le queda demasiado grande”, decía. El anuncio del máximo goleador de la historia de la selección argentina lo dejó mudo. Con la del domingo, Messi suma cuatro finales perdidas en campeonatos internacionales. La primera fue en 2007 cuando Brasil le endosó un sonoro 3-0 en la final de la Copa América celebrada en Venezuela. La derrota ante Alemania en el Mundial de 2014 y contra Chile por penaltis en la edición de la Copa América de 2015 completan el doloroso póquer.
Aunque la renuncia sorprendió a sus compatriotas, lo cierto es que la presión que sufre hace diez años cada vez que juega con su país es tan grande que, según el autor de su biografía autorizada, el español Guillem Balagué, “se siente un extranjero en Argentina”.
Uno de los peores insultos que puede recibir un argentino en una cancha de fútbol es ‘pecho frío’. Apela a ese lujo de caminar sobre el césped, de no entregar hasta el último aliento, de no pelear, de convencerse ganador antes del pitido inicial.
Todas esas críticas vuelan sobre la cabeza del barcelonista y, unidas a la comparación con la mejor versión de Maradona, quien antes de comenzar el torneo lo describió sin personalidad, pusieron ayer plomo en sus botas y niebla en su cabeza. Se notó a la hora de ejecutar su lanzamiento desde el punto de los once metros.
Para Balagué, se trata de una minoría muy “ruidosa” que acalla la admiración del resto de sus fieles en el país. Hoy, los diarios y las redes sociales le daban la razón.
“No te vayas”, pedía en su portada impresa el diario deportivo Olé con una foto de Messi hundido en el césped, mientras que La Nación hablaba de “desconsuelo” por el “inesperado” anuncio.
Tan grande es la repercusión que genera lo que rodea al que muchos consideran el mejor jugador del mundo que en las encuestas de los diarios digitales los argentinos dan más importancia a la renuncia que a la tercera final perdida de su selección.
“Espero que haya sido una decisión apresurada, aquí la gente lo quiere y lo vamos a esperar”, decía hoy en las calles de Buenos Aires Sergio, quien lamentaba que el jugador no hubiese cristalizado la “técnica y la sabiduría” que tiene con la pelota.
Martín lo secundaba: “Tiene que seguir. Siendo argentino, es feo escuchar que Messi no va a jugar mas en la selección”.
Quizá el mejor resumen de lo que ha supuesto para los argentinos la renuncia del ganador de cinco Balones de Oro lo escribió ayer un usuario de Twitter bajo la etiqueta viral #NoTeVayasLio: “Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y nosotros perdimos al mejor del mundo”.
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