jueves, 3 de julio de 2014

El Mundial también es romance y sensualidad



Fiel a su reputación festiva, Río de Janeiro es escenario de celebraciones que se prolongan día y noche durante el Mundial, ofreciendo a los turistas la ocasión de encuentros a los que se invitan a veces la sensualidad y el romance.

Alegres y acogedores, los cariocas con sus cuerpos trabajados y bronceados tienen éxito entre los hinchas del mundo entero. Y a lo largo de la playa de Copacabana, sobre la avenida más famosa de Brasil, se prestan a las poses fotográficas reclamadas por los turistas deseosos de guardar para siempre estos recuerdos.

“Hay chicas por todas partes, son lindas y no son tímidas”, comenta el australiano Marshal, de 28 años, en Copacabana, teatro de permanentes interacciones espontáneas entre turistas y cariocas. “Es genial”, se entusiasma Alayde Pfeifer, una alemana de 38 años. “Yo estoy casada; en este ambiente tengo que resistirme a los chicos guapos”.

Las brasileñas dicen estar felices de este ambiente festivo. Pero a veces no toleran las hordas de hinchas, en su mayoría hombres, que a veces interpretan sus deseos por realidades, y olvidan que en este país, a pesar de las apariencias, el peso de la religión sigue siendo importante.

“Algunos tienen tendencia a aprovecharse de nuestra forma cariñosa de abordar a la gente, a veces tocándola, y a creer que todo está permitido”, lamenta Ludmila D'Angeles, una estudiante de 21 años en Copacabana.

Cuando cae la noche, en los bares de Copacabana, Lapa, Ipanema o Leblon, la amistad entre los pueblos da a veces lugar a la sensualidad. En Copacabana, una marea humana se da cita los días de partido en la Fan Fest de la FIFA, un espacio dedicado a las celebraciones que entre los partidos se transforma en discoteca bajo las estrellas.

En la playa, una multitud joven y bronceada se apiña ante las pantallas gigantes para vibrar al ritmo de una música ensordecedora, cerveza en mano, bajo el ojo atento de las fuerzas de seguridad. La promiscuidad del lugar favorece el contacto, los cuerpos se tocan y a veces se enlazan.

El “dress-code” es simple: traje de baño y camisetas, pelucas o banderas del color del país de cada uno. En medio de los fiesteros, una joven viste una camiseta explícita: “No boyfriend= No problem” (Sin novio, sin problemas”). “La brasileña es sociable”, explica Maira Ribeiro, de 18 años. “Tuve muchos encuentros y aventuras con un argentino, un mexicano y un colombiano”, enumera. Sin embargo, aún así algunos turistas confunden ser abierto con luz verde al sexo.

“Muchos de ellos piensan que es fácil tener relaciones sexuales con brasileñas y tienden a tratarnos como si fuésemos objetos. Pero aunque el sexo es muy libre aquí, deben comprender que no es por ello que nos acostamos con alguien en la primera noche”, explica Andrea Holbert, una promotora carioca de 36 años, quien se pasea tranquila por la zona del Fan Fest en Copacabana.

Los datos

A medio vestir

En Copacabana mandan los trajes de baño, camisetas, pelucas o banderas del color del país de cada uno, no es necesario llevar más.

Control

Río de Janeiro ha establecido un riguroso sistema de control policial y militar para evitar desmanes durante los Fan Fest.

Millones

Aún no hay cifras oficiales, pero se estima que al menos tres millones de personas han acudido a los Fan Fest en todo Brasil.

Tragos

Para ver el fútbol una buena compañía es la cerveza y la caipirinha, tradicional bebida brasileña que se vende en puestos ambulantes.

Noctámbulos

En Lapa, el barrio bohemio del centro, la calle de Lavradio y sus numerosos bares atraen cada noche una multitud de turistas y cariocas “vestidos para matar”, que muchas veces dificultan la circulación a partir de las 11 de la noche. En medio de fiesteros noctámbulos y de puestos de venta de caipirinha en la calle, se forman nuevas parejas y la noche carioca hace el resto.

Anónimo

Para quienes hayan dejado su alma gemela en casa, la tentación es a veces demasiado fuerte. “Conocí una chica el otro día, y todo va muy bien mientras se desarrolla el Mundial ¡pero no publiquen mi nombre!”, pide un colombiano de 34 años, casado, quien hizo de Copacabana un sitio habitual en su estadía en Río.


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