lunes, 8 de julio de 2013

El padre Juan Gabriel, dirigente de la Acadé, armó un asado en su parroquia para festejar el descenso del vecino.



El espectáculo era inédito para los vecinos. No entendían si era real o no lo que veían sus propios ojos en el hogar de Dios. Pero cuando recordaron que quien conduce la parroquia es el padre Juan Gabriel Arias, dirigente y fanático de Racing, entendieron que sí, que no estaban alucinando. Entonces, salieron a los balcones del edificio que se ubica enfrente de la parroquia Natividad de María, de Barracas, para filmar, sacar fotos o, simplemente, contemplar el acontecimiento sin precedentes que los hinchas de la Academia desataban en el lugar para seguir cargando a Independiente por su descenso a la B Nacional.

Todos los primeros viernes de cada mes, como si fuera sagrado, la gente de Racing se junta a comer un asado en el patio de esa iglesia distinta, pintada de celeste y blanco por iniciativa del cura-dirigente del club. Pero nunca se esperó tanto esta reunión... Recientemente llegado de Mozambique, donde cumplió con una misión, Juanga (como lo apodan) recibió en la casa celestial a más de 300 personas que desbordaron el reducto a puro festejos. “Había hinchas comiendo carne hasta en los pasillos de la parroquia”, contó un participante de una celebración histórica que tuvo de todo.

Si Juan Gabriel causó impacto disfrazado de fantasma con la sotana blanca y la B de color negra, mucho más sorprendió el hombre vestido de Javier Cantero: con anteojos, un escudo con la inscripción CAIda y, lo más original, una silla pegada a su cabeza en alusión a las que le arrojaron el presidente del Rojo en la última escandalosa asamblea de socios.

El comienzo de la fiesta estaba pautado para las 20.30, aunque la ansiedad pudo más y la gente llegó una hora antes. Los fantasmas coparon el santo lugar, una “viuda” con ropa negra en señal de luto, calaveras de cotillón ocultaban caras felices, un señor disfrazado de Jesús con los tonos celeste y blanco... A medida que pasaban las horas el fervor entonaba las almas y el cura arrancaba canciones contra el vecino. “¡Vamos a la calle!”, pidió Juanga, el hombre que lleva en su brazo derecho el tatuaje del Sagrado Corazón de Jesús, con el escudo de la Acadé.

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